Nos sentamos sin pensar
en el primer cruce que vi.
Cenamos bajo una farola
que se sonreía sobre nuestra utopías.
Inventamos juntos una historia
anclada a cada camino
que emergía de nuestros cuerpos,
cálidos de ilusión y de deseo,
helados de la calle.
Éramos tú, yo y la ausencia de nadie.
Un timbrazo revivió nuestra brújula,
avivó una llamada nuestra historia.
Y elegimos el único camino
que podíamos hacer unidos
bajo el enjambre de luces
que nos vio jugar en Madrid.
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