sábado, 29 de junio de 2019

Velero en tus labios

Paseo con tu fantasma,
Siempre me lleva hacia el mar.
Por las calles soleadas,
laureadas de clavel y de jazmín.
Amapolas en tu talle,
al latir mi sangre, baila feliz.

Quizá inspires a las flores
y te llamen Primavera
por las calles de Jaén.

Me despiertas.
Sacas de mí misterio, palmas y noche;
Osado ciervo, poesía y magia.

Poderío de la luna
que refleja sobre un charco
siendo alfombra para ti.
Y pisas, taconeas, rompes
reflejos, falsas verdades.
Y con tu alma, que es toda fuerza,
soplas mi cuerpo y echó a volar.

Velero en tus labios salados
de mar y libertad.

5/4/19

Colmenar Viejo

Bohemia IV (Colmenar Viejo)
Caminando en el brumoso amanecer,
en medio de una colmena humana
que pinta con trazos descuidados de paz
las paredes desgastadas por los niños.
Colores que derrochan vida por los cuatro costados.
Mi espíritu renace, en este día tímido y tembloroso,
con la fuerza misma que anuncia el incipiente amanecer,
volviendo a ser uno conmigo mismo, 
soñando trenes viajeros del presente.
Un caminante sin prisa amaneciendo en Colmenar,
con rumbo cuestionable, pero la brújula más segura que nunca.
Al fondo, entre bostezos, buenos días, Madrid.
Son horas robadas, en las que los guardianes aún no han abierto los ojos,
y el mundo, despistado, te da la espalda para terminar de vestirse.
Todavía no es momento de demostrar nada.
Son horas en la sombra del tiempo,
cuando las prohibiciones aún no han amanecido,
y las cámaras de seguridad están cambiando el turno.
Estas horas contienen la esencia del mundo, 
que ya vuelve a engranar su ritmo habitual.
Buenas noches, ciudad de los sueños.
ArGoS 27.5.14

Reencarnación en Júpiter

REENCARNACIÓN EN JÚPITER

Asustado, me busco, y al cerrar los ojos solo encuentro una espiral de sombras, bailando vertiginosas un ritmo que desconozco. Sacudo los hombros, y caen al suelo montones de garrapatas disfrazadas de importancia, que revientan al caer, llenándome de sangre.

Levanto los ojos a las estrellas, su brillo me lleva lejos de tanto sinsentido, de tantas palabras vacías y tantos gestos viciados. De tantas rutinas en ruinas y de tantas acciones inertes, llevadas por control remoto. Siento odio hacia toda la humanidad y hacia mí mismo, odio hacia todas nuestras mentiras, nuestros teatrillos baratos y nuestras búsquedas cargadas de ansiedad, prisas, empachos, ojos nerviosos, de rata, buscando qué robar, no por necesidad, sino por hacer dependiente a cualquier otro. Seguimos buscando a quién y a qué engancharnos, pisoteando lo que sea necesario con tal de ser necesitados por alguien, y en cuanto sentimos ese lazo mínimo, nos hinchamos, como sanguijuelas, con la sangre ajena, y despreciamos a nuestros iguales.

Solo por un día me gustaría ser normal, preferir una oficina calentita al frío de la calle, encontrarme a gusto entre las miserias absurdas que llenan las vidas a mi alrededor, dejarme hipnotizar por la publicidad, por los valores vendidos, por los estereotipos de series idiotizadas, dejarme vender como uno más, encontrarme a gusto entre la gente. Estar orgulloso de las cadenas con que me poseen mis posesiones, tener metas tan altas como comprar un reloj caro (un tirano revestido de oro, unas esposas engarzadas con diamantes). Cambiar el color de mi correa, o de mi corbata, coleccionarlas y presumir de que puedo llevarlas porque soy importante. Sentirme contento por ocupar el día entero fingiendo utilidad, llevando a cabo un trabajo que no da de comer ni de vestir a nadie, una labor por la que nadie sonríe, un cometido virtual, irreal, seco, vacío, para poder después enganchar mis sueños a un suntuoso y enorme televisor, dueño y señor de mi casa, cuyo número de pulgadas conozca mejor que mi edad.

Mi enfermedad es una fiebre de salvajismo, el anhelo de correr por la montaña bajo una luna de plata y unas estrellas infinitas, el deseo de perderme en las inclemencias del clima y querer escapar de este mundo pintado al gusto del consumidor; mi mal son las ganas de perder el control, de soltar los arreos que intentamos poner al día a día para que no sorprenda a nuestros débiles corazones ninguna novedad. El mayor síntoma de mi dolencia, es ser hereje de la comodidad, base y diosa de esta sociedad, y preferir la dureza de la piedra bajo mis manos, que la suavidad asfixiante de un mullido sofá. Tanta dulzura va a colapsar mis arterias. Quizás mi espíritu errante y despistado, erró al disfrazarse de humano en un mundo enfermo, alejado de sus propios orígenes, contaminado por el veneno que le intoxica mientras persigue un ideal de felicidad efímero, artificial, esclavo de las cadenas de televisión que lo anuncian.