miércoles, 10 de mayo de 2017

Victoria

Vienes pilotando un pequeño huevo de Marte,
y aquí en La Tierra escrutamos las estrellas,
pendientes de tu llegada.

Cómo saber si me cortarás las alas
o si volaremos juntos bajo el sol diáfano.
Yo también te espero.

Seas ancla o seas ave, aquí estoy,
con una sonrisa y mi frágil velero de papel,
en el que hice hueco para ti.

miércoles, 19 de abril de 2017

Victoria

VICTORIA 
Tras siete días y siete noches, amanezco.
Desolado, observo el paisaje a mi alrededor.
El fuego titánico que vomitase ayer mi alma,
aquél que me encadenara a la ira lacerante,
aquél que debastaba, cabalgando al viento, la rica campiña,
al fin se ha rendido al humo y a las cenizas.
Los ojos me escuecen, secos en sus cuencas.
Mi lengua hinchada se baña en la sal.
Quedaron muda su furia, acalladas sus ofensas,
muertos todos mis compañeros en este valle calcinado.
Me encuentro solo, olvidado en el vasto desierto.
El dragón que guiaba mis alas se ha visto derrotado.
Su sangre y su orgullo riegan, inertes, las ruinas.
La enorme calavera reposa humillada, impotente,
desmadejada y pisoteada entre las voraces arenas.
Mas mis ojos aún ven, y mi corazón aún late.
¿Qué sentido tiene plantar una rosa en medio
de semejante pesadilla?¿Qué sentido prolongar
mi agonía, en vez de inmolarme en la cárcel de
hueso aún sangrante del poderoso dragón?
Ser el último mártir de mi ciudad de los sueños,
la última víctima de mi Alejandría infiel.
Ay, pero entre los agrios aromas del polvo y la sangre
aún vibra, etérea, una dulce melodía de flauta que se
eleva bajo este sol justiciero y abrasador, como una
suave llovizna que regase de paz mi cuerpo de arena.
Con la voz burlona de un duende, me susurra al oído:
"Victoria"

miércoles, 22 de marzo de 2017

La danza de la Muerte


Dos alas negras baten la tempestad que arrasa el mundo, en el lodazal de bruma enfermiza que es hoy mi conciencia.
Sin prisa, mi verdugo alarga su sombra siniestra, cubriendo mis orillas, ahogando mi piel en negro carbón.

Locas de rabia, las pesadillas encadenadas se revuelven, haciendo repicar el acero frío que apenas contiene ya sus confines difusos, amarrándolas en un débil abrazo de escarcha.
El tintineo de mil eslabones rompe mi cabeza, colmándola con el tibio sabor de la Muerte. La sangre se pudre sin remedio en mi corazón agónico, que traidor de sí mismo no puede ni mirarse a los ojos.
El aleteo de los cuervos cubre el cielo, haciendo del sol un lejano recuerdo, impotente en la distancia. Una fábula generosa, que narro a los niños que una vez fuimos, para que puedan dormir.
Las alas atronan, las cadenas rechinan, los malos espíritus se embravecen, mostrando los incontables colmillos que ansían mi carne.
Y yo huyo a otra cama, a otra vida, a otro nombre.
Y corro despavorido por el laberinto sin salida que es hoy mi cárcel.
Y cuando la jauría de los anhelos que asesiné me devore, bailará desnudo mi esqueleto, libre ya de culpa y de ayer, al son de esa vida que, por un instante, pudo haber sido la mía.