lunes, 18 de enero de 2016

Anestesia

Me balanceo boca abajo.
Me cuesta horrores pensar,
me da pereza.
Tu voz se derrite 
en susurros calientes,
descosiendo las pocas sinapsis
que aún despiertan en mi oscuridad.

Ellos también se balancean,
me miran con odio congelado.
Me rompéis con la mirada.
Estoy cansado de columpiarme,
de escribir y no actuar, de fingir.
De que mis huesos me hayan extraviado.
Del deseo de perderme en tus caricias,
en mi ego despechado, maltratado
por ser tan cómodo y malacostumbrado.

¿No me dejarás morder el polvo?
¿Me abrazarás con ocho piernas 
mientras me abraso?
Mientras me devora la luna,
formando atardeceres de esperas,
royendo mis restos anestesiados.
Los arranca de tu luz ante mis ojos inertes.

Y me cazas, y me dejo atrapar.
Y desaparezco como una pieza de carne
que devorases a mordisquitos, a besos,
abandonándome moribundo y palpitante
en la telaraña de la que oscilo,
para terminarte otro día
los bocados que me quedan.

Al irte se rompe tu hechizo,
y miro a otro de tus insectos drogados,
febril, obsesionado con que acabes
de masticarlo antes de picotear,
golosa, el nuevo manjar.
También me odia.
Y me odio por no resistirte,
por quedarme pendiendo,
caótico, pasivo, desordenado
en la red de tu encanto,
intoxicado por tus sonrisas
llenas de sueños.

Cuando solo desee que te deleites
en mi lenta desaparición,
¿buscarás, aburrida, una nueva mosca?
Con sabor a emociones en la sangre,
cuando aún no sepa su alma
a rendición y a locura.

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