Ella es
fresca como la fruta madura.
Despierta en
el jolgorio de los jilgueros
y bebe del
rocío su ducha de jazmín.
Seca sus
alas, coloridas como la aurora boreal,
y el viento
juega gozoso entre las suaves plumas.
Danza bajo
el sol de Málaga,
dejando
arder el ligero plumaje
en ascuas
esmeralda y rubí,
azahar que
se deshoja cada tarde
con el
bostezo del mar.
Sus pies
levantan la arena,
pintando el
futuro incierto
al ritmo que
imprimen sus huellas.
Entonces, a
la noche, su piel es aceituna,
y sus ojos,
embrujados farolillos,
me arrastran
a su cama y a mi perdición.
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