sábado, 27 de julio de 2019
El puerto sin mar
Un día, de repente, caló la piel (y el papel).
Un día cualquiera, un día más,
Madrid llegó a mi corazón rugiendo.
Madrid se convirtió en mi puerto.
Un día, Madrid me pareció una madre,
olvidada en las brumas del recuerdo.
Y yo, navegante lejos del hogar,
vagabundo errante, estando dentro.
Una compañera leal, guardiana
de mis secretos, pasiones y desdichas.
Una amante silenciosa.
Corríamos con la luna aventuras sin mochila,
rutinas a fuego de mechero.
Ese día te extrañé, ciudad con alma.
Gris y ruidosa a la luz del día, vulgar y bulliciosa.
Hermosa al desnudarte de sol,
con tus noches de luces bohemias,
de alegrías comprimidas en el arrebato
de arte que son tus calles.
Ahora seré extranjero en tu casa,
y serán regalos las virtudes que despachas
con ingenua ternura a tu familia.
Ahora te saborearé lentamente
en la alcoba de tus plazas,
y fumaré el humo de tu estilo barroco, sobrecargado
(Mil detalles juntos, creando las sombras
donde me escondía, entre líneas,
bajo tus faldas de mediodías).
Madrid amante, lejana e hiriente.
Sencilla y amable con tu gente,
déjame ahora ganarme tu favor.
Ciudad y poesía. Puerto y madre.
Refugio del caminante herido.
17/07/15 ArGoS
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