miércoles, 19 de abril de 2017

Victoria

VICTORIA 
Tras siete días y siete noches, amanezco.
Desolado, observo el paisaje a mi alrededor.
El fuego titánico que vomitase ayer mi alma,
aquél que me encadenara a la ira lacerante,
aquél que debastaba, cabalgando al viento, la rica campiña,
al fin se ha rendido al humo y a las cenizas.
Los ojos me escuecen, secos en sus cuencas.
Mi lengua hinchada se baña en la sal.
Quedaron muda su furia, acalladas sus ofensas,
muertos todos mis compañeros en este valle calcinado.
Me encuentro solo, olvidado en el vasto desierto.
El dragón que guiaba mis alas se ha visto derrotado.
Su sangre y su orgullo riegan, inertes, las ruinas.
La enorme calavera reposa humillada, impotente,
desmadejada y pisoteada entre las voraces arenas.
Mas mis ojos aún ven, y mi corazón aún late.
¿Qué sentido tiene plantar una rosa en medio
de semejante pesadilla?¿Qué sentido prolongar
mi agonía, en vez de inmolarme en la cárcel de
hueso aún sangrante del poderoso dragón?
Ser el último mártir de mi ciudad de los sueños,
la última víctima de mi Alejandría infiel.
Ay, pero entre los agrios aromas del polvo y la sangre
aún vibra, etérea, una dulce melodía de flauta que se
eleva bajo este sol justiciero y abrasador, como una
suave llovizna que regase de paz mi cuerpo de arena.
Con la voz burlona de un duende, me susurra al oído:
"Victoria"

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