miércoles, 22 de marzo de 2017

La danza de la Muerte


Dos alas negras baten la tempestad que arrasa el mundo, en el lodazal de bruma enfermiza que es hoy mi conciencia.
Sin prisa, mi verdugo alarga su sombra siniestra, cubriendo mis orillas, ahogando mi piel en negro carbón.

Locas de rabia, las pesadillas encadenadas se revuelven, haciendo repicar el acero frío que apenas contiene ya sus confines difusos, amarrándolas en un débil abrazo de escarcha.
El tintineo de mil eslabones rompe mi cabeza, colmándola con el tibio sabor de la Muerte. La sangre se pudre sin remedio en mi corazón agónico, que traidor de sí mismo no puede ni mirarse a los ojos.
El aleteo de los cuervos cubre el cielo, haciendo del sol un lejano recuerdo, impotente en la distancia. Una fábula generosa, que narro a los niños que una vez fuimos, para que puedan dormir.
Las alas atronan, las cadenas rechinan, los malos espíritus se embravecen, mostrando los incontables colmillos que ansían mi carne.
Y yo huyo a otra cama, a otra vida, a otro nombre.
Y corro despavorido por el laberinto sin salida que es hoy mi cárcel.
Y cuando la jauría de los anhelos que asesiné me devore, bailará desnudo mi esqueleto, libre ya de culpa y de ayer, al son de esa vida que, por un instante, pudo haber sido la mía.